Parecía mentira que después de casi cuatro meses en su nuevo
país, aún siguieran preguntándole lo mismo. ¿Tan extraño parecía que una mujer
rubia, de piel muy pálida, que apenas se le entendía al hablar, hubiera ido a caer
justo en este rincón del mundo?
Ella había llegado gracias a un concurso de televisión en su
país de origen. Unas vacaciones de dos semanas. Si pensáis que tenía una
historia trágica detrás, que venía huyendo de un pasado tormentoso, nada más
lejos de la realidad. Simplemente, ella no pensaba que existiera vida fuera de
su país. En su ingenuidad, creía que todo el mundo estaba compuesto de árboles
desnudos, llanuras cubiertas de tierra fría, apenas con un rayo de azul en
mitad de las nubes grises.
Por eso, al llegar a su destino, tuvo que cerrar los ojos.
¿Existían tantos colores, en serio? Lo primero que hizo fue comprar unas gafas
de sol. Puede decirse que nunca vio el Sol hasta ese día. Impactada, desconocía
que pudiera vestirse con algo que no fueran abrigos largos, orejeras ni
bufandas. Y en la playa era muchísimo peor. ¡La gente iba casi desnuda!
Ella no tomó la decisión de no volver a su casa, fue ese
país el que decidió por ella. Le buscó una ocupación, una habitación
provisional en la que vivir y hasta llamó a su familia para que se reuniera con
ella.
Un ligero frío llegó al país. La gente se abrigó y el
alboroto en las calles se redujo. Los pájaros multicolores de los árboles se
metieron en sus nidos y el mar adquirió un tono verdoso. Ella se metió en el
agua y empezó a nadar. El agua estaba fría, pero no el hielo que se le pegaba a
los huesos hace unos meses, esta era refrescante, vigorizante, le llenaba de
tanta vida que le daban ganas de gritar.
— ¿No se te corta el cuerpo con el agua tan fría? — La pregunta del principio venía de parte de unos pescadores que tejían sus redes en la orilla.
— ¿No se te corta el cuerpo con el agua tan fría? — La pregunta del principio venía de parte de unos pescadores que tejían sus redes en la orilla.
—
Ustedes no saben lo que es el frío de verdad
—les dijo sonriendo.
Este relato participa en la convocatoria de Enero de Divagacionistas
Este relato participa en la convocatoria de Enero de Divagacionistas
A veces encontramos nuestro hogar fuera de lo que sería nuestra zona de confort. Pero la morriña es inevitable, y a veces aflora.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por tu comentario Rebeca :)
EliminarUn abrazo para ti también