Farewell Daddy Blues

«Todos tenemos que decidir con cuánto pecado podemos vivir»

Esta fue la primera frase que escuché cuando comencé a trabajar en el Babette’s. Ahora ya está cerrado, pero durante una época fue el club de negros más importante de Nueva Jersey. No es difícil pasar de los vestidos de vasto algodón al satén y los collares de perlas, lo complicado es cuando toca pasar el proceso inverso.

Todo el mundo sabe que la Ley Seca toca a su fin. Y con ella, las personas que, de una forma u otra, hemos sobrevivido gracias a ella, tenemos que buscarnos la vida. Una cosa que aprendí en aquellos años es que una cosa es el dinero y otra el poder.

Nueva Jersey continúa dividida en bandos, cada uno con una parte de la ciudad. Tú no te metes en mis negocios y yo no me meto en los tuyos, parece fácil. Pero las alianzas se cortan, los tratados se rompen por unos miles de dólares más y las fronteras se desdibujan. Pero durante unos años todo era abundancia, si sabías dónde buscarla.

Yo no supe hasta que Narcisse me encontró. Cantaba donde podía, no sabía hacer otra cosa. En cada canción me olvidaba de dónde tendría que ir a buscarme el pan al día siguiente. Un día tuve que cantar en un funeral, a los negros les gusta que se les cante cuando están muertos. Al terminar y después de que la viuda me diera un dólar, Narcisse me abordó.

Narcisse era el dinero, no el poder. Esa misma noche me llevó al Babette’s. Estaba a punto de abrir, un tal Albert White deseaba un club de negros y como él tenía el poder, tendría su club. Los instrumentos musicales ya estaban sobre el escenario, un hombre estaba sacando brillo a su trombón. Por la puerta trasera entraban cajas de madera con botellas sin precintar. Una mujer estaba de rodillas sacando brillo al suelo. Creo que fue la única noche que el Babette’s no olía a tabaco, whisky y perfume caro.

         —Cincuenta dólares a la semana con tres noches de descanso —. Narcisse estaba sentado detrás de su enorme escritorio de caoba. Su despacho era tan extravagante como él: un avestruz disecado en una esquina, un juego de té dorado en una mesita, una gruesa alfombra persa colgada en una pared. No sé qué vio en mi cara que insistió—. Oh, vamos, eh…

         —Margot —contesté.

         —Margot, me gusta. Aquí no tendrás que preocuparte de nada. Las chicas te presentarán a gente por si, ya sabes, quieres sacar algo más de dinero.

Acepté sin pensarlo. Aún no sabía si aceptaría que las bailarinas me presentasen a sus “amigos”, lo que sí sabía es que era gente de dinero. Y eso, en aquellos tiempos y creo que en todos, es una garantía de supervivencia. ¿Qué importaba si pasaba un rato con un señor y este me pagaba bien? Una chica negra no podía pedir mucho más. Es o esto o casi mendigar, como he estado haciendo hasta ahora.

La apertura fue la noche siguiente. Los carteles llevaban unos días colocados en la puerta y por toda la ciudad. Esa misma tarde conocí a las bailarinas y a todos los músicos. Apenas tuvimos tiempo de ensayar un par de canciones. Los camareros negros iban con sus trajes blancos de un lado a otro recolocando las mesas y sacando brillo a las copas de cristal. Las botellas sin precintar ya estaban expuestas en las estanterías, mezcladas con otras de curso legal. El humo de los primeros cigarrillos empezaba a flotar en el aire.

Parece una tontería pero aquella fue la primera vez que me puse un vestido de seda. Era blanco con la espalda descubierta y me puse un collar de perlas. Me peiné y maquillé como nunca lo había hecho. No parecía yo, pero aquello era la prosperidad. La felicidad y el dinero estaban al alcance de mi mano.

El pianista empezó sus notas y yo salí al escenario. Todas las mesas estaban ocupadas. Al fondo, al lado de Narcisse, había un hombre alto, negro, de traje y sin sombrero, que fumaba un cigarrillo. Empecé a cantar dirigiéndome a él. Actuaba, hacía guiños a la gente de las mesas de delante, canté y fui más feliz que en toda mi vida. Creo que en todas las canciones lo miré, como si estuviera hipnotizada. Él permanecía impasible.

Al terminar mi actuación y dar paso a un número de baile, Narcisse me lo presentó al fin:

         —Aquí está nuestra estrella. Es pequeña aún, pero brillará. —Lily, una de las bailarinas, ya me había advertido sobre Narcisse: «Tranquila, va detrás de los hombres. Si quieres pasearte desnuda delante de él, hazlo, no se va a inmutar»—. Margot, tu jefe, el señor White.

        — Un placer —Me estrechó la mano. Años después, el tono de su voz no se me ha olvidado. En aquel momento un escalofrío me recorrió de arriba a abajo—.  Puede llamarme Chalky.

Nos hicimos amantes esa misma noche. Chalky no me trataba como una prostituta, no me pagaba, aunque de vez en cuando me hacía algún regalo. Sabía que estaba casado y tenía tres hijos, una chica de casi mi edad y dos chicos.

Alguna noche vino con su esposa al club y después tenía que sentarme a tomar una copa con ellos. Si no, Narcisse sospecharía y me despediría. Ahora sonrío al recordarnos a los cuatro en una mesa, la mano de Chalky por debajo acariciando mi pierna mientras escuchaba a su mujer. Yo contenía la respiración e intentaba con todas mis fuerzas no mirarlo, pero alguna mirada se nos escapó. Nos despedíamos con un apretón de manos y su mujer, Esther, me felicitaba por mi voz.

La ciudad prosperaba, los negocios que tenían como tapadera el alcohol ilegal estaban amasando auténticas fortunas y la policía no se metía con nadie. Estaban sobornados por unos y por otros, no les convenía. El Babette’s iba viento en popa, contrataron a un chico blanco para que cantase conmigo a dúo algunas canciones y al público le entusiasmaba.

Ojalá esos años hubiesen durado siempre.

Mis encuentros con Chalky se fueron espaciando, lo sentía nervioso y siempre con una despedida en la boca, pero había una regla no escrita en aquellos tiempos: no preguntar.

La noche que se incendió el Babette’s yo cumplía veinticuatro años. Narcisse me regaló un brazalete muy pesado, de plata, que no pienso empeñar aunque me esté muriendo de hambre. Sólo recuerdo que Narcisse murió en mis brazos cuando le pegaron el segundo tiro.

Fueron los italianos, de eso estoy segura. Su acento y sus trajes los delataban. Las botellas y las mesas caían una tras otra mientras los italianos sacaban a las chicas del escenario y pegaban a los camareros. No pude esconderme, me pillaron antes.

Al clarear el día, todos estábamos doloridos por las palizas y a muchas nos habían robado los zapatos. Entonces, como una especie de colofón final a una pesadilla, incendiaron el club. Los bomberos llegaron enseguida y nos atendieron.

No tuve tiempo de buscar a Chalky. Esa misma mañana me enteré de que le habían pegado un tiro por la espalda en un callejón. Decían que la sangre había llegado hasta dentro del portal de una casa vecina y que su traje blanco ya estaba oscuro cuando lo encontraron.

Días después, una serie de “incendios” y “robos” quitaron poder a unos para dárselo a otros. Casi todos los trabajadores del Babette’s tuvimos que marcharnos de Nueva Jersey ya que estábamos amenazados. ¿O qué nos creíamos, que por ser negros teníamos los mismos derechos que los blancos?


Este relato participa en el #OrigiReto2019 y cumple con el objetivo número 17 (fanfic). Está basado en la serie "Boardwalk Empire", el nombre de los personajes y el título es de una canción que aparece en la serie.
Si queréis más información sobre el reto, pinchad aquí  o aquí 
También dejo por aquí la pegatina completa del mes,

  Dejo por aquí el micro de Stiby enlazado, para que no se pierda :)
1) "El sonido de vuestra muerte": https://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2019/01/origireto2019-microrrelatos.html#Marzo