Una velada inolvidable

Wedlockshire, 1847

La luz del Sol se filtraba dulcemente a través de los inmaculados visillos del dormitorio de lady Sarah. Un pequeño espejo colocado encima del tocador le permitía ver su rostro mientras su doncella, Meredith, le cepillaba el pelo.

—Si no fuera por ti, ya habría abierto la ventana y lanzado mi melena al viento para que lord Bernard trepara, te lo aseguro —se ruborizó.

—Es muy fácil desenredarle el cabello, señorita. No creo que lord Bernard se encuentre lo bastante ágil como para subir hasta aquí.

Ambas rieron. Lord Bernard, el prometido de lady Sarah, era un caballero encantador, pero no estaba en su mejor forma física. Meredith empezó a recoger mechones de pelo uno a uno para realizar el recogido que llevaría su señora esa noche. Lady Sarah la miraba trabajar a través del espejo. Se conocían desde que ambas tenían doce años, cuando la madre de Meredith consideró que su hija ya tenía edad suficiente para atender a una persona ella sola.

En contra de lo que se esperaba de ellas, se hicieron buenas amigas, dentro de la condición social de cada una. Sabían el papel que les correspondía dentro de la sociedad y lo cumplían lo mejor que sabían. De hecho, lady Sarah se casaría el mes próximo y, aunque Meredith la acompañaría en su nuevo hogar, ya no sería lo mismo.

—Llevarás el vestido blanco. ¡Sí señor! —dio un pequeño golpe en el tocador, haciendo tintinear el frasco de agua de lavanda—. Tendrás que peinarte tú, eso sí, yo no sé hacerlo. Además, ese vestido ya me lo he puesto dos veces y no quiero tirarlo todavía.

—Me temo que no puedo acompañarla al baile, señorita. Me… duele la cabeza—mintió Meredith.

—Ya le dije ayer por la tarde a lord Bernard que nos acompañarías. Él guardará el secreto, más le vale, y no dirá ni una palabra a mis padres. Te presentaremos como una… amiga italiana, sí. Eres morena, así que la gente se lo creerá. Oh, vamos, no pongas esa cara.

Lady Sarah se levantó de la silla y miró a Meredith muy seria.

—Será divertido. Sabes bailar mejor que yo, en verdad, tú me enseñaste a coordinar estos pies. Si te sientes incómoda volveremos enseguida pero déjame mostrarte cómo es un aburrido baile comarcal. Por favor.

Meredith no pudo menos que sonreír ante el mal disimulado enfado de su amiga. Se moría de ganas y a la vez de miedo de ver con sus propios ojos un salón repleto de personas elegantes bailando, charlando y bebiendo.

Terminaron de arreglarse mientras el carruaje de lord Bernard las esperaba abajo. Meredith descubrió que era más fácil peinar a otra persona que hacerlo ella misma, no estaba muy segura del resultado de su recogido pero las perlas decorativas prestadas por lady Sarah suplían cualquier mechón desordenado.

La irrupción del vals vienés en la sociedad londinense había sido un escándalo durante los primeros años. Nunca se había visto bailar tan juntos a un hombre y a una mujer en público. Sin embargo, la reina Victoria se entusiasmó rápidamente con este baile y la afición se extendió a todo el país, obviando la proximidad física de los bailarines.

Hasta las personas de mayor edad disfrutaban del aire renovado de los bailes, dejando atrás las estrictas normas sociales que los regían. Ya no se consideraba un escándalo tocar el hombro de tu acompañante delante de la gente.

La entrada de la mansión de lady Riesman estaba atestada de carruajes. Los invitados iban llegando y el sonido de la música se filtraba a través de la puerta abierta.

—¡Oh, Dios mío! ¿Qué es eso, lady Sarah? Son horribles—preguntó Meredith señalando dos estatuas de dragón con las alas y la boca abiertas talladas en piedra, una a cada lado de la escalera que conducía a la casa.

—Son los Dilong, encargados de llevar al infierno a los organizadores de estas reuniones tan aburridas —dijo una voz detrás de ellos.

—¡Lord Edric! Llevaba meses sin verlo, ¿cómo se encuentra? —Lord Bernard estrechó la mano a un caballero joven, con el abundante cabello peinado hacia atrás y una cuidada sonrisa.

—Peor acompañado que usted, se lo aseguro. Lady Sarah —le tomó la mano y se la besó—, está usted espléndida.

—Lord Edric, siempre tan amable. Permítame que le presente a nuestra amiga M… Marcella. Es italiana. Ya sabe, cuando viajas con tus padres por Europa y no conoces a nadie pues… Marcella fue una grata compañía para mí.

—Un placer, señorita. Espero que el clima inglés no la esté molestando mucho —sonrió.

—Para nada— contestó Meredith.

Lord Edric le ofreció su brazo y entraron los cuatro al enorme salón. La orquesta encadenaba las piezas una detrás de otra para que los invitados disfrutaran de la velada lo máximo posible. Meredith apenas tuvo tiempo de admirar la iluminación y los cuadros colgados de las paredes, lord Edric ya se había encargado de sacarla a bailar.

Después de una breve reverencia, el brazo derecho de lord Edric se apoyó en el omóplato izquierdo de Meredith, sintiendo esta el calor de su mano a través del vestido. Ella colocó su brazo en el de él.

Entonces empezaron a bailar. 

Ambos sabían los pasos de memoria por lo que disfrutaron de la compañía del otro. En cada giro lord Edric admiraba los ojos azules de Meredith, sonriendo levemente cuando a ella se le enredaban los pies con el largo del vestido. Se acercó más a ella. Meredith miró a uno y otro lado pero le devolvió la sonrisa enseguida. La gente estaba pendiente de sus propios bailes, no de ellos.

El corazón de ambos se iba acelerando conforme la pieza avanzaba. Meredith apretó su mano en la chaqueta negra de lord Edric. ¿Cuánto duraba un vals? Esperaba que toda la vida.

Los aplausos los sacaron de su ensimismamiento.

—¿Me concede el próximo baile? —preguntó lord Edric.

Meredith asintió. No entendía por qué lady Sarah se aburría en estos bailes, si eran lo más maravilloso del mundo.

Lord Edric bailó con Meredith con más seguridad esta vez. Amoldaba cada nota musical a su cuerpo y al espacio que ambos ocupaban. No se atrevía a hablarle todavía, ya que tenía miedo de perder el compás. Ella sí lo hizo.

—Baila usted de maravilla.

—Me adapto a mi compañera de baile, eso es todo —le guiñó un ojo.

Meredith le sonrió y siguieron bailando.

La segunda pieza fue más corta que la anterior. Se fueron del salón de baile cogidos de la mano, no había rastro ni de lady Sarah ni de lord Bernard, lo más probable era que estuviesen en un sitio más íntimo.

Lord Edric ofreció asiento a Meredith, pero esta negó con la cabeza. No se sentía cansada, al contrario, estaba exultante. Pudo disfrutar desde fuera dos piezas de baile más antes de la pregunta:

—Podemos bailar otra vez, si usted quiere, claro.

Ella puso los ojos como platos. Tres bailes seguidos con la misma persona, no estando comprometidos, podría levantar sospechas entre los invitados. Más aún siendo una desconocida entre ellos.

—Gracias por la invitación, lord Edric, pero debo regresar pronto a casa. Una extranjera no puede…

—Usted no es extranjera —Lord Edric la cogió del brazo con suavidad para poder mirarla a los ojos—. Es la doncella de lady Sarah, pero no la culpe, ella no me ha dicho nada. Su forma de dirigirse a lady Sarah y sus manos. Usted no tiene las manos débiles de cualquier señorita, usted me agarraba con firmeza mientras bailábamos. Sus gestos, sus pasos, no son corrientes. Dígame, ¿cuál es su verdadero nombre?

—Meredith —contestó en voz baja—. Lady Sarah casi me obligó a venir, me ha hablado muchas veces de estas reuniones y las dos pensamos que…

—Tuvieron una gran idea, ya lo creo que sí. De otra forma jamás la habría conocido. Quizá sí, pero no así vestida, ¡no podría haberla sacado a bailar nunca!

Lord Edric hablaba muy deprisa, ruborizándose. Las personas que pasaban por su lado volvían la cabeza para mirarlos.

—Se lo agradezco de todo corazón, pero la vida está fuera de este salón de baile. Usted se casará con una joven de su posición y yo cuidaré de los hijos de lady Sarah.

—La reina Victoria no tiene que bendecir nuestra unión, Meredith. Yo tampoco soy de sangre azul, mi padre es rico porque tuvo la suerte de encontrar una mina de carbón, nada más —tomó la cara de Meredith entre sus manos. La música volvió a sonar—. Por tanto, si usted lo desea, ¿me concedería el próximo baile?

—Sí —dijo tomándole de la mano, yendo juntos a bailar de nuevo—. Pero, ¿qué vamos a hacer para…?

—¿Qué le parece si lo pensamos mañana? 

***

Este relato cumple con el objetivo número 8 (baile) del #OrigiReto2020

Objetivo Cuentos y leyendas: 2) Rapunzel. Fue publicado en 1812 por lo que en 1847 que se ambienta el relato ya se conocería la historia.

Objetivo Criaturas del camino: 10) Dragones.

Objetos ocultos: Número 5 (el Sol) y número 21 (sangre azul).

1460 palabras. No cumple mi objetivo personal xD.
Medallas: 1/3 Rosa insolente
                 1/2 Sororidad

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