Matthew y Delilah: Un paréntesis

Mientras dejamos que Wally y Matthew entren en avión al continente europeo, vamos a investigar un poco cómo están Delilah y Rebecca. La última vez estaban la una acoplándose a la vida de la otra, les fue fácil y así sigue siendo.
Las semanas van pasando y Delilah se está convirtiendo en una preciosa niña a la que le cuesta dormirse por las noches pero cuando lo hace, duerme como un tronco. Rebecca, por su trabajo en el hospital, tiene que dejarla unas horas en una guardería en la que le hacen descuento por ser madre soltera. Aunque es como si no la dejara, porque está hablando de la niña a todas horas y a todo el mundo que le pregunta le cuenta sobre ella, y al que no, se lo cuenta igualmente.
La casa que Rebecca compartía con ella misma se ha convertido en una mezcla de juguetería y cuarto desordenado de adolescente. Delilah deja los juguetes donde mejor le parece, y por mucho que Rebecca limpie o los recoja, siempre aparecen cachivaches nuevos que no recordaba haber visto antes. A Delilah también le gusta tirar de las sábanas de la cama y de las fundas del sofá, y están más tiempo en el suelo que puestas. Aparte de esto, la risa de la niña es mejor que toda la música que pudiera escuchar Rebecca. Esta no extrañaba su vida de antes, se contenta con acostarse temprano los fines de semana porque la niña así lo hace, y cuando no puede dormir le hace cojines (más bien intentos de cojines, pero lo importante es la intención).

Rebecca, al principio de acoger a Delilah, tenía pesadillas con el asesinato que había cometido y lo pasó mal, pero no dijo una palabra a nadie y las pesadillas remitieron por sí solas. De vez en cuando la sorprendia algún sudor frío o un mal sueño, pero Delilah compensaba todo eso.
Cada vez que la miraba se sentía orgullosa de lo que había hecho y se decía que la vida de la niña habría sido peor de haberse quedado con su madre. Cuando tuviera unos cuantos años más, la apuntaría a clases de música y a ballet, y si no le gustaba, probaría diferentes clases hasta que ella estuviera a gusto; quería lo mejor para ella y se sacrificaría lo que hiciera falta para poder dárselo.
Se puede decir que Delilah es una niña normal y feliz, su estatura y su peso están conforme a los niños de su edad, le gusta la música y los colores fuertes, pero hay una cosa que a Rebecca le sorprendió una de las primeras noches que pasaron juntas: Rebecca se levantó de madrugada para ducharse para irse a trabajar, y echó un vistazo a la cuna de la niña. Ésta estaba con los ojos abiertos fijos en el techo y con las manitas intentando alcanzar algo, hasta que la vio a ella y empezó a llorar. Como si se acabara de despertar de su sueño justo cuando Rebecca la estaba mirando.
Rebecca se extrañó, pero no le dio importancia. Los niños y los mayores a veces hacen cosas raras y no pasa nada. ¿Volvió a pasar más veces? Sí, pero no le dio importancia.
Ahora, mientras Delilah juega con otros niños en la guardería y Rebecca está curando una pierna herida en el hospital, Matthew y Wally aterrizan en el aeropuerto de Glasgow. Les dijeron que había un hombre con un cartel y sus nombres, y ahí estaba. La mansión del hombre está a una hora y cuarto del aeropuerto, a ver si pueden dormir un poco y se les pasa el jet lag.

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