Cauchemar. Parte dos


El examen había ido bien y Magritt volvía a su casa dispuesto a cerrar de una vez su primera "investigación". En las redes no era Magritt, un chico de 14 años, de Toronto, simpático y amante de la lectura, no de las nuevas tecnologías y mucho menos del deporte. En Internet era Nick, un escocés de 17 años, mal estudiante y adicto a los teléfonos móviles. Nunca subía fotos reales, sólo de heridas ficticias provocadas por su objeto de estudio.
Magritt en ningún momento pensó que Eyeless Jack era real, sólo una figura parte de la imaginación colectiva y de algunos buenos artistas del retoque fotográfico y de crear historias de miedo. Por eso quería dejarlo todo por escrito, para poder tenerlo para un futuro no muy lejano en el que sería un buen psiquiatra. Cuando sus padres dormían, él se levantaba a chatear con algunas de las personas que también habían sido atacadas o visitadas por Eyeless Jack. Guardaba una conversación con una chica que le contó que dormía desnuda con la ventana abierta deseando que Jack apareciera. Su madre la encontró y la cambió a una habitación sin ventanas hasta que ella se empezó a auto-lesionar. Estaba en tratamiento psiquiátrico pero había vuelto a su dormitorio y a sus ventanas abiertas.
¿Por qué?, le preguntó Magritt una noche.
Quiero morir por su culpa, quiero mirarle a la cara mientras me acuchilla, si me mata, se acordará de mí toda su vida, le contestó.
Magritt se asustó y pensó en contárselo a su padre, pero decidió esperar a poder contarle toda la historia. No lo hacía por demostrarle nada a su padre, ni porque éste necesitara cosas extraordinarias de su hijo, lo hacía por placer y por iniciarse en el trabajo de su padre, que deseaba con todas sus fuerzas que fuera también el suyo.
Esa noche estaba tranquila, y salvo unos diez comentarios nuevos, no había nada más por ver. Los contestó y se fue a dormir.
La ventana estaba abierta.

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