Une horloge




Don Ricardo no siempre estuvo encerrado en el psiquiátrico, en una habitación sin calendario ni reloj. Veinte años antes don Ricardo no necesitaba pastillas para mantenerse despierto ni para dormir, y era feliz en su oficio y en su ciudad. Era relojero.
Vivía en un sitio como otro cualquiera, no demasiado bonito y sin mucha historia. Sus vecinos les llevaban sus relojes (o círculos de tiempo, como le gustaba llamarlos) y hablaban de que la vida es un ciclo que nunca irá hacia delante, que siempre estaremos atrapados en una rueda y jamás conoceremos el tiempo lineal, o el futuro brillante.
A diferencia de ellos, Don Ricardo no pensaba así y creía que todos los avances de este siglo no son nada comparados con el futuro tan prometedor que estaba sólo a un salto de tiempo.
Una tarde que estaba con la tienda llena, un señor le dejó un reloj de bolsillo encima de la mesa, un fajo de billetes y una nota: “Lo necesito en una hora”. Aunque optimista, don Ricardo también era realista, así que cerró la tienda y se puso con el reloj. Cuando iba a desarmarlo por detrás, salió una nube de niebla y unas voces agudas en mitad de una discusión:
-       - Siempre estarán atrapados en un círculo, cada día lo demuestran. ¿No veis que repiten los mismos errores? ¡Habrá otra guerra enseguida!
-       - Yo quiero que salgan.
-       - Azar, ¡cállate! Y ahora uno de ellos está con…
La nube desapareció y el reloj se puso en marcha solo. Ya estaba arreglado. No así la mente de don Ricardo, que salió a la calle gritando:
-      -  ¡Parad todos los relojes! ¡Rompedlos! Si no somos conscientes del tiempo, ¡saldremos de este círculo! ¡Iremos hacia adelante!
Llamaba a todas las puertas, destrozó a pedradas el reloj del ayuntamiento sin parar de temblar y de chillar que el futuro dependía de que no se midiera el tiempo. Mientras ocurría todo esto, la hora pasó y el señor fue a recoger su reloj, encontrándolo encima del mostrador, salió y se topó con don Ricardo y sus ojos desencajados.
-      -  Lo sabes.- dijo el hombre sonriendo.-
-      -  ¡Usted! ¡Usted puede sacarnos de esta…!.- No terminó la frase.
El hombre empezó a caminar por la calle mientras una ambulancia aparcaba, dos chicos salieron de ella y ataron a don Ricardo a una camilla.

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