Decepción


A Rosalía sólo le dio tiempo a sentirse decepcionada cuando cumplió 72 años. Toda su vida había hecho lo que le habían mandado y había creído ser totalmente feliz: primero hizo caso a sus padres, trabajó en lo que le convenía, conoció a un chico que también le convenía y tuvo dos hijos sin pensar si realmente los quería; porque si todo el mundo decía que la felicidad era eso, ¿para qué planteárselo?
Con el paso de los años también empezó a obedecer a sus hijos, "no vistas así", "ven con nosotros", "eres demasiado mayor para conocer gente", y Rosalía estaba de acuerdo.
Hasta la mañana que descubrió que Tomás había muerto. Tomás no era su marido, fue su primer amor, el del colegio, con el que se daba la mano en la puerta de su casa. No mantuvieron contacto después porque él se marchó del pueblo, pero había venido a morir aquí.
Aunque tarde, Rosalía pensó por sí misma. ¿Cuánto tiempo viviría? ¿Veinte años más o sólo un par de meses? Pasó el resto de aquel día pensando, no en los demás como había hecho toda su vida, sino en ella misma. Siendo realista, tenía dinero suficiente para irse del pueblo y alquilar una casa enfrente del mar, como también soñaba Ava Gardner.
Pero los prejuicios, el deber también estaban en su cerebro. ¿Qué pensarían sus hijos? Ellos la necesitaban, su casa dependía de ella.
¿Tendría tiempo de aprender a nadar? Todo el mundo la tacharía de loca. ¿Y si por esta tontería moría sola? ¿Y si se perdía por el camino?
Pero el recuerdo de Tomás (que ya no estaba, daba igual lo que hubiera hecho, estaba muerto) se impuso a todo. Optimista, aún tenía buena salud, y decidió que la mayor decepción de su vida se la impondría ella misma, no los demás.
Esa misma tarde cogió el tren en la estación de su pueblo.

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