Cerraduras



-         -- No sabes lo feliz que voy a ser a partir de ahora, hijo.- dijo la anciana suspirando.- Pero aún así, necesito bajarme ya. Debe verme un médico.
Se levantó del asiento con dificultad y Asier la ayudó sujetándola suavemente por un brazo. Estaba llorando. Nunca había valorado lo suficiente el cumplir siempre su voluntad y admiraba a la anciana por hacerlo, aunque le quedase poco tiempo de vida.
-         -- Quédese un poco más, hasta la siguiente.- le rogó.
-         -- Nada de eso. Esta pierna me está matando. – Se acercaron a la puerta, la señora con una sonrisa enorme.- Gracias por oír mi historia, tú vas a tener más tiempo para ser libre que yo, no lo olvides.
-          --No lo haré.- dijo Asier muy triste.- Necesito algo más de usted. Dígame cómo ser la mitad de valiente que…
-          --Ya lo eres, hijo.- El tren se estaba parando y algunas personas ya se acercaban a la puerta. – Algo que yo tardé en aprender es que todos los cerrojos se descorren y casi todas las cerraduras son mentales. Controla esto.- Señaló su cabello blanco.- y serás más poderoso que si tuvieras millones en el banco.
Asier no respondió porque seguía llorando. La iba a echar de menos en aquel espacio tan reducido que ahora constituía su mundo. Cuando se abrió la puerta se preparó para que su cuerpo saltase hacia atrás otra vez, pero no sucedió. Al contrario, bajó las escaleras para ayudar a la anciana y dejarla en suelo firme.
Ella le dio un abrazo tembloroso porque no quería despedirse llorando, así que Asier lloró por los dos mientras le daba dos besos en las mejillas. El tren ya se estaba poniendo en marcha de nuevo, y subió por voluntad propia.
La anciana no volvió la vista atrás y fue caminando lentamente hacia la salida, cojeando. Asier se preguntó dónde la llevaría la vida ahora que ella era libre. La trataría bien, seguro. Fue al baño a lavarse la cara y al salir, se dio cuenta de que la puerta no tenía cerradura ni cerrojo. Intrigado, fue pasando vagón por vagón y ninguno tenía ninguna medida de seguridad. Todo estaba abierto. Cuando terminó de recorrer el pasillo enorme, se encontró frente a la puerta de mando. Era acristalada por completo, sin ninguna cerradura ni llave, así que sólo debía empujarla para saber quién pilotaba aquel dichoso tren.

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