(Foto de @lebakphoto )
Álex iba a subir a ducharse después de otro agotador día.
Sólo llevaba un mes y medio acudiendo a ese gimnasio de las afueras, en el que
chicos jóvenes crecían cada día y hombres maduros como él intentaban parar un
poco el paso del tiempo.
Todavía faltaba un poco para que el culo se le pusiera como
una piedra y las chicas se dieran la vuelta para mirarlo, pero tiempo al
tiempo. Tampoco tenía tanta prisa: había firmado su divorcio hacía seis meses y
era ahora cuando se sentía tranquilo de verdad.
Su psicóloga le había dicho que el deporte era una buena
forma de canalizar la frustración, así que lo intentó. La primera semana
parecía que caminara como si estuviese recién operado de la espalda, pero ya
iba ganando confianza. Recogió su mochila de la taquilla y subió a los
vestuarios, que se encontraban en la planta de arriba.
Cuando salió de la ducha, en chanclas y dispuesto a irse a
su casa de una vez, vio unas huellas en el suelo. Eran huellas de barro, algo
muy raro porque en los vestuarios los hombres iban descalzos o en chanclas.
Subían por la escalera de emergencia que llevaba hacia la azotea, y las siguió.
¿Quién era el guarro que iba en deportivas por los vestuarios?
Abrió la puerta que daba a la azotea y salió al aire de la
noche. Las huellas se marcaban hasta que, más o menos en mitad de la azotea, se
cortaban. Lo primero que hizo fue asomarse hacia abajo, esperando ver un cuerpo
estampado contra el suelo o contra algún coche. No vio nada.
La semana siguiente le pasó lo mismo. Le daba vergüenza
decírselo a nadie, pero se repetía cada día. Aquella noche iba a subir con su
móvil y a hacer fotos. Apenas puso un pie fuera, vio un hombre agachado en el
suelo, llorando.
Iba vestido igual que él hace unos días. Intrigado, se
agachó junto a él y le preguntó qué le pasaba. Al alzar la cabeza, Álex vio que
era él mismo quien lloraba.
“Tenías toda la vida por delante”, dijo. Lo cogió de la mano
y se asomaron por la azotea. El coche de Álex estaba aparcado, lleno de polvo
de una semana. Asustado, se dio la vuelta y empezó a correr, tropezando con sus
zapatillas que estaban en mitad de la azotea.
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