A Ángela le tocaba vaciar el baúl de los disfraces, si
quería llevarse ese pesado mueble a su nueva casa. Su padre no hizo
distinciones, todo a la basura. Así que Ángela, arrodillada, fue sacando telas
de colores, pelucas y botones sin prestarles demasiada atención; estaba
imaginando ese baúl a los pies de su cama, no tardaría mucho en llenarlo de
cosas inútiles.
Sacó un disfraz de campesina, muy hortera, con una falda
marrón enorme y una blusa blanca, cuando de la falda cayó un papel. En verdad
era una tarjeta de cumpleaños, ya sin purpurina y con un dibujo de dos perros.
Era suya, claro.
La abrió, esperando encontrar una felicitación de alguna
amiga, y se encontró con esto:
“Te digo que sí.
Aunque me veas serio esta noche, ya lo he pensado bien. Voy a dejar a Isabel,
no me gusta tanto como creía. Llevo unos días sin hablarte y es por eso. Creo
que te quiero, Ángela, si no por qué me pongo tan nervioso cuando te veo. Ya ni
gasto bromas a tus amigas. Esta noche estaré donde siempre, me gustaría que me
dijeras algo. Me gustas mucho…
25 Febrero 2002”
Entonces los ojos marrones de Alberto, y sus manos,
volvieron a su mente. Y a aquella noche, y no recordaba cómo había llegado esa
tarjeta a sus manos. Alberto la quería. Sentada en el suelo, los acontecimientos
de aquellos días de sus 17 años empezaron a rodar. No lo había visto esa noche,
se enteró de que había dejado a María pero ya no volvió a verlo por el
instituto, se cambió. Tampoco lo buscó, pensaba que se había olvidado de ella
por completo. Cuando le dijo lo que sentía, un mes antes, él la cogió por los
hombros y le dijo que lo sentía, pero que no podía ser. Su dignidad falló y
lloró delante de él, hasta que pudo salir corriendo y alejarse.
Al fin en su casa, buscó su nombre en las redes sociales y
sí, ahí estaba. Se había montado su cuento completo, y si me apuras, ya lo
estaba terminando. ¿Se precipitó al mandarle un mensaje con la foto de la
tarjeta? Puede ser, pero Ángela siempre se había portado bien y no le había
servido de nada.
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