#3 Un recuerdo a la noche



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                        - Con un par de grados más estaría aquí sentado toda la noche.- pensó Álvaro mientras salía a la terraza.
El insomnio le había hecho una visita esa noche también, y con unos años menos quizá habría abierto una cerveza, habría encendido un cigarro y se habría sentado en la tumbona. Pero por su salud (otra vez) únicamente podía hacer esto último.
Estaba solo en casa. Su mujer había salido a cenar con sus amigas, sus hijos estaban también de fiesta por ahí (creía) y ahora estaba solo, un par de horas al menos.
La Luna lo alumbraba todo de tal manera que no era necesario encender el móvil para ver algo. Se extendía hasta no dejar ver el brillo de las estrellas pequeñas. Ni una nube se atrevía a hacerle un poco de sombra a esa noche.
Tosió un par de veces y se sentó. Los años pesaban pero mirando hacia arriba se sentía muy joven otra vez. Cuando seguía a Isabel hasta su casa para que no le pasara nada. Cuando pasaba las tardes fumando con sus amigos en el parque, a ver quién aguantaba más sin ahogarse. También cuando, obligado, madrugaba para ayudar a su padre en el trabajo, aún ebrio de la noche anterior.
Su cuerpo no pesaba, igual que la Luna de ahora, que parece que es muy densa pero está aquí, tan ligera y tan brillante que la puedes pinzar con los dedos. ¿En qué momento había pasado de ser cada día un regalo a ser una carga?
¿Qué importaba eso ahora? ¿Por qué pensaba en Isabel? Si ella ya le repitió mil veces que no quería casarse con nadie que no hubiera ido a la universidad. Y él… no es que fuera tonto, es que no le gustaba estudiar.
¿Dónde estaría ella ahora? Soñando con volver a ser joven, seguro que no. O sí. Puede que hubiera conseguido cumplir sus ambiciones o puede que estuviera en peor situación que él. Lo que él sabía es que la quiso, más que a su vida en algunos momentos, para terminar convirtiéndose en un triste pensamiento una noche cualquiera.
El proceso del olvido fue largo, sin embargo. El insomnio, el cansancio, la oscuridad y los porqués fueron de su mano durante meses. El tiempo lo redujo casi todo a una pequeña mancha en su corazón que de cuando en cuando lo saludaba. Él le devolvía el saludo y seguía con su vida.
Todo el mundo ha pasado alguna vez por eso, ¿no?
Escuchó la cerradura de la puerta y el ruido de unos tacones. Su mujer ya había llegado. Era temprano todavía, así que se habrá aburrido de estar por ahí.
Miró al cielo otra vez para despedirse de Isabel, hasta que la mancha de su corazón volviera a picarle.
-          Con un par de grados más estaría aquí sentado toda la noche.- pensó Álvaro mientras salía a la terraza.
El insomnio le había hecho una visita esa noche también, y con unos años menos quizá habría abierto una cerveza, habría encendido un cigarro y se habría sentado en la tumbona. Pero por su salud (otra vez) únicamente podía hacer esto último.
Estaba solo en casa. Su mujer había salido a cenar con sus amigas, sus hijos estaban también de fiesta por ahí (creía) y ahora estaba solo, un par de horas al menos.
La Luna lo alumbraba todo de tal manera que no era necesario encender el móvil para ver algo. Se extendía hasta no dejar ver el brillo de las estrellas pequeñas. Ni una nube se atrevía a hacerle un poco de sombra a esa noche.
Tosió un par de veces y se sentó. Los años pesaban pero mirando hacia arriba se sentía muy joven otra vez. Cuando seguía a Isabel hasta su casa para que no le pasara nada. Cuando pasaba las tardes fumando con sus amigos en el parque, a ver quién aguantaba más sin ahogarse. También cuando, obligado, madrugaba para ayudar a su padre en el trabajo, aún ebrio de la noche anterior.
Su cuerpo no pesaba, igual que la Luna de ahora, que parece que es muy densa pero está aquí, tan ligera y tan brillante que la puedes pinzar con los dedos. ¿En qué momento había pasado de ser cada día un regalo a ser una carga?
¿Qué importaba eso ahora? ¿Por qué pensaba en Isabel? Si ella ya le repitió mil veces que no quería casarse con nadie que no hubiera ido a la universidad. Y él… no es que fuera tonto, es que no le gustaba estudiar.
¿Dónde estaría ella ahora? Soñando con volver a ser joven, seguro que no. O sí. Puede que hubiera conseguido cumplir sus ambiciones o puede que estuviera en peor situación que él. Lo que él sabía es que la quiso, más que a su vida en algunos momentos, para terminar convirtiéndose en un triste pensamiento una noche cualquiera.
El proceso del olvido fue largo, sin embargo. El insomnio, el cansancio, la oscuridad y los porqués fueron de su mano durante meses. El tiempo lo redujo casi todo a una pequeña mancha en su corazón que de cuando en cuando lo saludaba. Él le devolvía el saludo y seguía con su vida.
Todo el mundo ha pasado alguna vez por eso, ¿no?
Escuchó la cerradura de la puerta y el ruido de unos tacones. Su mujer ya había llegado. Era temprano todavía, así que se habrá aburrido de estar por ahí.
Miró al cielo otra vez para despedirse de Isabel, hasta que la mancha de su corazón volviera a picarle.

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