Error 549

Había fallado.
Pero no porque quisiera, simplemente estaba cansado. Horas y horas cada día anotando facturas, albaranes, conferencias con gente extraña y antipática y correos electrónicos que no decían absolutamente nada. Nada que no solucionara una simple llamada telefónica, y no hacerlo trabajar a él sin necesidad.
Conocía de oídas otros ordenadores que dibujaban, escribían historias fantásticas y guardaban recuerdos de momentos felices. Él no. Por eso iba cada vez más lento, más perezoso.
¿Por qué no puedo ser uno de ellos?, se repetía diariamente.
No obstante, no se preocupaba sólo por él. El humano que trabajaba con él sufría de lo mismo: estaba muy cansado, y nada le apetecía más que sentarse en un banco del parque a ver cómo caían las hojas. El ordenador lo sabía porque podía ver los pensamientos del humano a través de la pantalla.
Ese día decidió tardar cinco segundos más en encender el ventilador y puede que no funcionara… el numero 4. Sí. Eso haría.
Muy despacio, el humano soñoliento encendió el ordenador. Era desesperante, más perezoso que él mismo al levantarse de la cama por las mañanas. Con un sonido que parecía un bostezo, al fin arrancó. Ninguno de los dos tenía demasiadas ganas de escribir números y más números y escribir al jefe de departamento que…
Ahora no funcionan ni el 4 ni el 9. 


Este relato participa en la convocatoria de Septiembre de Divagacionistas.

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