Come Quickly, Distress



30 de Abril, 1912
Hotel Astor (Nueva York)

Terminé de firmar el cheque con valor de cien dólares dirigido al ayuntamiento de Halifax y destinado únicamente a comprar flores. Mi carta lo explica bastante bien, no quiero que aparezca mi nombre y aun así espero que actúen conforme a mis deseos.
Dejé la carta y le dije al recepcionista que la envíe de manera urgente ya que los barcos llegarán de un momento a otro. El joven asintió, diciéndome a su vez:

La mandaré ahora mismo, señora Brown. ¿Le apetece ir a dar un paseo? Puedo pedirle un coche si lo desea.
—No, gracias, hijo, estoy algo cansada. Por cierto, ¿les importaría subirme una taza de té a mi habitación? No cenaré esta noche.
—Enseguida, señora. —inclinó la cabeza—. Casi se me olvidaba. Tiene usted un telegrama.

Se trataba de Edward. Me escribía desde una estación de tren del estado de Illinois y llegaría a Nueva York en unos dos días si todo iba bien.
Suspiré. Se habría enterado de la tragedia por los periódicos y aunque sabía que yo había sobrevivido (los propios periódicos dieron buena cuenta de ello) quería estar conmigo para llevarme de vuelta a la Casa de los Leones.
Subí a mi habitación y dejé el telegrama encima de la mesita. No tenía nada mejor que hacer salvo esperar al amanecer...

***
Para mí se trataba de un viaje normal, algo más caro de lo habitual, eso es todo. Europa me gustaba, pero sólo para viajar y no más de un par de meses. Es demasiado… formal. No tienen el sentido práctico y el carácter de los americanos. A pesar de ello, mis dos hijos vivían allí y después de visitar a mi hija en París ya deseaba volver a Colorado.

Llevaba oficialmente separada de J.J tres años, por lo que viajaba sola. El dinero abre muchas puertas, por lo que contraté en Cherburgo a un cochero para que subiera mi equipaje a bordo. Podría sobrevivir sin una doncella hasta llegar a América, se me daba bastante bien arreglarme el pelo y abrocharme el corsé.
No se lo dije a nadie durante toda la travesía, pero la primera vez que vi el Titanic en el puerto se me encogió el corazón. Demasiado imponente para enfrentarse al mar, como si quisiera competir con él. Miles de bombillas incendiaban el océano.
Aquella tarde no subimos demasiados pasajeros a bordo, ya que la mayoría habían embarcado en Southampton.
Apenas tuve tiempo de inspeccionar mi camarote cuando tuve que cambiarme de ropa para la cena. William Bucknell, Benjamin Gughenheim, hasta mi gran amigo Astor y su joven esposa viajaban a bordo. No sería un viaje tan solitario después de todo.
El restaurante era deslumbrante y elegantemente decorado, haría sentir fuera de sitio a cualquiera que no se creyese (o fuese) rico. Después de una cena de nueve platos estaba demasiado cansada como para seguir charlando, por lo que me fui a descansar. Estas cenas siempre suelen alargarse hasta la madrugada, pensé que ya disfrutaría de más veladas en los próximos días.
Justo cuando iba a abrir la puerta de mi camarote se abrió el contiguo. Una chica rubia con el pelo muy largo y unos enormes ojos azules salió de la estancia. No sería extraño si no fuera por sus ropas. Un vestido de tela fuerte y de un color pajizo. Sin joyas, ni guantes, ni un miserable chal. Había visto esa situación demasiadas veces en mis más de cuarenta años de vida.

—Hija, no deberías estar aquí —le dije—. Pueden meterte en un bote y dejarte en el mar por no estar en la cubierta que te corresponde.
—Yo… señora, no, me ha dado tres dólares. —Agachó la cabeza y se miró los gastados zapatos.
—¿Cómo te llamas? —pregunté mientras abría mi pequeño bolso. No lo necesitaba, pero nunca estaba de más llevar algo de dinero en efectivo.
—Deborah Snowe, de Dublín.
—Toma, querida —le entregué veinte dólares que miró con los ojos muy abiertos—. No quiero volver a verte por aquí. Si necesitas más dinero, antes de llegar a Nueva York pregunta por mí y algún guarda me buscará. Soy Molly Brown. No vuelvas a hacer eso, por mucho dinero que tengan, ningún hombre lo vale, créeme.

Deborah se ruborizó y sonrió. Era verdaderamente preciosa y sólo pensar que había estado con Joseph (no recuerdo bien el apellido) se me abrían las carnes. Salió corriendo por el pasillo en dirección a tercera clase.
Los siguientes dos días transcurrieron con relativa normalidad. Charlaba con las señoras, las viudas en su mayoría, las mujeres casadas no miraban con buenos ojos a una separada. Trabé nuevas amistades, entre ellas William Bucknell que, aunque un poco fatalista con respecto al destino del barco, tenía una conversación bastante interesante.
Una de las cosas más curiosas que no vi en ninguno de mis viajes anteriores fue un tablero colocado a la entrada del comedor en el que diariamente se apuntaban las millas recorridas. Existía una cierta urgencia en llegar a América.
La cena del 14 de Abril fue de las mejores que recuerdo. Las parejas se reunían alrededor del ángel de la escalera principal mientras la orquesta comenzaba su turno. Piezas musicales casi siempre ahogadas por las conversaciones.
Me lo estaba pasando bien, en serio, todos los integrantes de mi mesa estábamos pletóricos. Supuse que esa noche nos iríamos a dormir bastante tarde, pero un repentino dolor de estómago paralizó mis planes. Me excusé, no sin cierta pena, y me fui a mi camarote.
Me tumbé en la cama y me puse a leer. Pagué miles de dólares por ese camarote, pero la cama no era del todo de mi gusto. Demasiado cerca del ojo de buey. Aunque tampoco podía quejarme, de niña la cama más cómoda que tuve fue un jergón de paja nueva.
Parece mentira que ya haya olvidado algunos rostros pero no el libro que leía justo a esa hora. La “Biblia de la mujer”, de Elisabeth Cady. Un escrito todavía no bien visto si lo sacaba de la habitación. Un crujido me sobresaltó, haciendo temblar la lámpara encendida del techo. Me levanté y dejé el libro abierto sobre la cama. Abrí la puerta del camarote.

—Oiga, ¿qué ha ocurrido? —pregunté a un oficial. Iba con la chaqueta desabrochada y sudaba.
—Nada grave, señora. Intente descansar. Si ocurre algo la avisaremos.
—Y un cuerno —me dije.

La recomendación de quedarse sin hacer nada tendría efecto en las señoras de alta cuna, pero no en mí. No fue producto del azar que J.J encontrase plata en aquellas minas, fueron años de trabajo. De malvivir con mi hermana y mi cuñado hasta que me casé. De lavar prendas ajenas por unas pocas monedas.
Mi vida valía, y mucho. Me vestí y cogí quinientos dólares del fondo de un baúl. Los metí en un saquito y me lo escondí entre la ropa.
Al salir a cubierta descubrí que mucha gente había pensado como yo. En situaciones de tranquilidad no aparece nadie diciendo que te calmes. Los marineros gritaban órdenes y parecía que el barco se había parado de repente. Me arrepentí de no haber cogido otro abrigo, hacía muchísimo frío.

—¿Lo ves, Molly? Te lo dije. Este barco se hundiría —. William Bucknell tenía los ojos desencajados y la camisa del traje abierta, estaba sudando.

Me aparté de él. No quería caer presa de la histeria, pero mucha gente empezó a subir por las escaleras laterales y hasta por las del comedor, inaccesibles hasta entonces. Estaban evacuando el barco. Pero, ¿se hundiría? ¿Este gigante en el fondo del mar? Todavía creía que era un problema del motor hasta que el señor Stead se acercó a mí.

—¿Qué haces aquí todavía? ¡Sube a un bote! El Titanic se hunde, el agua está inundando las bodegas.
—¿No, no vienes? No creo que…
—¡Sí! Me lo ha dicho un oficial —bajó la voz y se acercó a mi oído—. Sube cuanto antes y vivirás para contarlo mañana.
Resultaba imposible escucharlo con el griterío.
—Ven. Hay sitio para todos.
—No, querida. Voy a fumar mi último puro y a beber mi última copa de brandy.

Intenté avanzar hasta alguno de los botes. Me di cuenta de que varios hombres, entre ellos uno de los cocineros, tiraban por la borda las hamacas de paseo, los marcos de las ventanas y hasta alguna de las puertas menos pesadas. Mientras yo pensaba en salvarme, ellos estaban salvando a los demás, poniendo a su alcance un trozo de madera al que agarrarse dentro de unos angustiosos minutos.
A empujones logré ponerme al lado de un oficial. Colocaba a la gente como podía, no dejando subir a ningún hombre. Unas manos fuertes me cogieron por los hombros, me di la vuelta.

—Señora, por favor...
—Querida —sólo la había visto una vez, pero la abracé. No tenía ni un abrigo que ponerse y estaba pálida.
—Le devolveré sus veinte dólares si…
—Eres mi hija, ¿de acuerdo? Me obedecerás —dije lo bastante fuerte para que todos pudieran oírme—. No volverás abajo bajo ninguna circunstancia.

Deborah me tomó la mano. Subimos juntas en el bote número 6. Charles Lightoller estaba al mando. Dudo que sea una alucinación, pero entre los llantos y los juramentos oía a la orquesta. Mientras desenganchaban el bote y Deborah se pegaba a mí, la música sonaba. Estoy segura. Fue el sonido más esperanzador y terrorífico que escucharé en mi vida.
Remamos alejándonos del Titanic. Había sitio de sobra, algunas mujeres estaban con las piernas estiradas.

—Tenemos que volver —Deborah me leyó el pensamiento y habló por mí—. Todavía pueden subir algunos más.

El señor Lightoller se negó y comenzamos a discutir. Las mujeres que no lloraban alzaron su voz conmigo. Esperaríamos y después volveríamos a rescatar a los que pudiésemos. El señor Lightoller se levantó airado y justo en ese momento una explosión lo derribó y lo tiró al mar.
El Titanic se había partido por la mitad.
Lo diré toda mi vida: es como si toda la historia del mundo se hubiera parado en ese instante.
Puede que la música de la orquesta fuera producto de mi histeria, pero la visión de aquel gigante de hierro resquebrajándose fue real. El eco de los gritos perforó nuestros abrigos de piel. El frío se metió en el centro de mi cabeza hasta el día de hoy. Recuerdo que Deborah organizó el bote, colocando al otro oficial al mando y remando con fuerza.
Creo que me adormilé, pero alguien me echó agua helada por la cara para que espabilase. No podíamos relajarnos.
Momentos después (no supe con claridad el tiempo transcurrido) el silencio nos sorprendió. Sé que nuestro bote se unió a otro y que volvieron a por supervivientes. Sé, por las fotos mías de los periódicos, que cuando el Carpathia nos rescató, ya al amanecer, hablé con algunas personas. Di mi abrigo a alguien y mi saquito con los quinientos dólares a otra persona.
Deborah me dijo que recaudé bastante dinero, pues ella no se separó de mí ni un momento.
Hilando los recuerdos y lo que me dijeron distintas personas en los días sucesivos, sé que mandé a Deborah a mi casa en Denver, para que me esperase y hablar de su futuro empleo. Alguien me acusó de haber tirado al mar al señor Lightoller. Otro quería que fuese a la sede de la compañía White Star a declarar.
Después de dejarnos en el muelle 54 de Nueva York, ya había dos barcos que partían en busca más que de supervivientes, de cadáveres. Ya que no puedo hacer nada por ellos, que menos que un ramo de flores que los recuerde.
A pesar de que empiezo a temblar sin motivo aparente y los gritos del océano me despiertan muchas madrugadas, puedo afirmar que el mundo no olvidará nunca lo que ocurrió con un dios de los mares y un trozo de hielo.

FIN

***
Este relato cumple con el objetivo número 7 (historia marítima) del #OrigiReto2020.
Se me da fatal poner títulos, así que he optado por poner CQD, que era el mensaje en código Morse utilizado habitualmente antes de reemplazarse por el SOS. Se dice que el Titanic fue el primero en utilizar el SOS, pero el barco utilizó ambos códigos para pedir auxilio.
William Bucknell existió y le dijo esas palabras a Molly. Dicen que pasó todo el viaje diciendo que el barco se hundiría. 
El señor Stead murió en la sala de fumadores, como tantos otros caballeros, bebiendo y fumando.
No será mi mejor relato pero no quería perder la oportunidad de rendirle un homenaje al Titanic.

Objetivo Cuentos y leyendas: 8) La princesa y el guisante: Cuando Molly dice que está incómoda en su cama.
Objetivo Criaturas del camino: 6) Ángel.
Objetos ocultos: 8) Flores y 14) Personaje conocido: Benjamin Guggenheim.
1987 palabras. 2/6 objetivo personal.
Medallas: 2/3 Rosa insolente
Para más información sobre el #OrigiReto2020, podéis pinchar aquíaquí









Comentarios

  1. Buenas noches

    Pues ya he leído tu relato. Me parece un homenaje excelente al Titanic y, por lo que sé de lo que ocurrió con ese barco, todos los detalles históricos me parecen correctos. Los vas introduciendo en la narración poco a poco, de manera que escribes un auténtico relato y no una crónica de lo sucedido.

    El texto está bien escrito y no he encontrado ninguna errata.

    Enhorabuena por el relato y un saludo.

    Juan.

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    1. Buenas tardes Juan,
      Gracias por leerme. La verdad es que disfruté muchísimo reuniendo datos, cuando buscas información de algo que te gusta no te pesa nada :)
      Un saludo!

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  2. Me ha gustado mucho. Inevitablemente me he acordado de la película (que vi 5 veces en el cine) y de la gran Kathy Bates.
    Enhorabuena por el relato y por el trabajazo de documentarte.
    Saludos y nos vamos leyendo.

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    1. Yo en el cine sólo pude verla una vez, pero la he visto 500 veces después xD. Si te ha entretenido y te ha gustado, yo encantada.
      Un saludo!

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  3. Hola. Ya veo que te deshiciste de ese intragable, salvo por el mar, señor X. Jejej. Bueno, pues está muy bien narrado y ajustado a los detalles históricos. Ni que decir tiene que se me han venido muchas escenas de la peli de Cameron, es lógico. Pero en el imaginario colectivo, el hundimiento del Titanic ha quedado tan marcado que siempre se pueden contar cosas sobre ello desde distintas perspectivas. Y a ti se te da muy bien cuando escribes lo que quieras en el periodo a caballo entre los siglos XIX y XX. Así que ha sido un bonito homenaje a la gente que pereció y la que sobrevivió entonces.

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    1. Hola,
      Me pasó una cosa rara xD. Cuando escribo tengo casi siempre el wifi desenchufado y no apunté en la libreta el nombre de Lightoller. Le puse señor X y mira que lo revisé antes, pero se me coló. Gracias de nuevo por darte cuenta xD.
      Tenía pensada una historia más épica, pero me ha costado muchísimo escribir con la pandemia y no quería que mi homenaje al Titanic quedase en nada. Como dices, siempre se puede contar una historia nueva sobre esta tragedia.
      Muchas gracias por tu comentario y nos vamos leyendo :)

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  4. ¡Hola, Gema!

    No me preguntes por qué, pero me imaginaba que trataría del Titanic desde las primeras líneas. Ha sido curiosa esa estructura circular, empezando y acabando con la señora Brown y sus flores a las víctimas. Espeluznante lo del hombre que dice que quiere fumar y beber algo más, creo recordar que había algo parecido en la película.

    No tenía claro que los personajes fueran a sobrevivir, así que me alegro de que al final lo hiciesen, excepto por el hombre que se cayó del bote cuando el barco se partió en dos. Un último apunte: en el primer párrafo tienes mezcla de verbos en presente y pasado, lo digo para que le eches un ojillo :)

    Por último, muy buena la documentación. Se ve que te has parado a investigar nombres. ¡Un saludo!

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    1. Hola Marga,
      Me alegra que te haya gustado mi relato. En realidad varios hombres de primera clase murieron así, porque quisieron básicamente, las cenas eran copiosas y luego bebían mucho y no les apetecía moverse. No recuerdo dónde lo leí, pero es así xD.
      Gracias por los apuntes y por lo de la documentación, cuando el tema te gusta no te pesa el tiempo invertido :)
      Un saludo y nos leemos!

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