Hotel Astor (Nueva
York)
Terminé
de firmar el cheque con valor de cien dólares dirigido al
ayuntamiento de Halifax y destinado únicamente a comprar flores. Mi
carta lo explica bastante bien, no quiero que aparezca mi nombre y
aun así espero que actúen conforme a mis deseos.
Dejé
la carta y le dije
al recepcionista que la envíe de manera urgente ya que los barcos
llegarán de un momento a otro. El joven asintió,
diciéndome a su vez:
—La
mandaré ahora mismo, señora Brown. ¿Le apetece ir a dar un paseo?
Puedo pedirle un coche si lo desea.
—No,
gracias, hijo, estoy algo cansada. Por cierto, ¿les importaría
subirme una taza de té a mi habitación? No cenaré esta noche.
—Enseguida,
señora. —inclinó la cabeza—. Casi se me olvidaba. Tiene usted
un telegrama.
Se
trataba de Edward. Me escribía desde una estación de tren del
estado de Illinois y llegaría a Nueva York en unos dos días si todo
iba bien.
Suspiré.
Se habría enterado de la tragedia por los periódicos y aunque sabía
que yo había sobrevivido (los propios periódicos dieron buena
cuenta de ello) quería estar conmigo para llevarme de vuelta a la
Casa de los Leones.
Subí a
mi habitación y dejé el telegrama encima de la mesita. No tenía
nada mejor que hacer salvo esperar al amanecer...
***
Para mí
se trataba de un viaje normal, algo más caro de lo habitual, eso es
todo. Europa me gustaba, pero sólo para viajar y no más de un par
de meses. Es demasiado… formal. No tienen el sentido práctico y el
carácter de los americanos. A pesar de ello, mis dos hijos vivían
allí y después de visitar a mi hija en París ya deseaba volver a
Colorado.
Llevaba oficialmente separada de J.J tres años, por lo que viajaba sola. El dinero abre muchas puertas, por lo que contraté en Cherburgo a un cochero para que subiera mi equipaje a bordo. Podría sobrevivir sin una doncella hasta llegar a América, se me daba bastante bien arreglarme el pelo y abrocharme el corsé.
No se
lo dije a nadie durante toda la travesía, pero la primera vez que vi
el Titanic en el puerto se me encogió el corazón. Demasiado
imponente para enfrentarse al mar, como si quisiera competir con él.
Miles de bombillas incendiaban el océano.
Aquella
tarde no subimos demasiados pasajeros a bordo, ya que la mayoría
habían embarcado en Southampton.
Apenas
tuve tiempo de inspeccionar mi camarote cuando tuve que cambiarme de
ropa para la cena. William Bucknell, Benjamin Gughenheim, hasta mi
gran amigo Astor y su joven esposa viajaban a bordo. No sería un
viaje tan solitario después de todo.
El
restaurante era deslumbrante y elegantemente decorado, haría sentir
fuera de sitio a cualquiera que no se creyese (o fuese) rico. Después
de una cena de nueve platos estaba demasiado cansada como para seguir
charlando, por lo que me fui a descansar. Estas cenas siempre suelen
alargarse hasta la madrugada, pensé que ya disfrutaría de más
veladas en los próximos días.
Justo
cuando iba a abrir la puerta de mi camarote se abrió el contiguo.
Una chica rubia con el pelo muy largo y unos enormes ojos azules
salió de la estancia. No sería extraño si no fuera por sus ropas.
Un vestido de tela fuerte y de un color pajizo. Sin joyas, ni
guantes, ni un miserable chal. Había visto esa situación demasiadas
veces en mis más de cuarenta años de vida.
—Hija,
no deberías estar aquí —le dije—. Pueden meterte en un bote y
dejarte en el mar por no estar en la cubierta que te corresponde.
—Yo…
señora, no, me ha dado tres dólares. —Agachó la cabeza y se miró
los gastados zapatos.
—¿Cómo
te llamas? —pregunté mientras abría mi pequeño bolso. No lo
necesitaba, pero nunca estaba de más llevar algo de dinero en
efectivo.
—Deborah
Snowe, de Dublín.
—Toma,
querida —le entregué veinte dólares que miró con los ojos muy
abiertos—. No quiero volver a verte por aquí. Si necesitas más
dinero, antes de llegar a Nueva York pregunta por mí y algún guarda
me buscará. Soy Molly Brown. No vuelvas a hacer eso, por mucho
dinero que tengan, ningún hombre lo vale, créeme.
Deborah
se ruborizó y sonrió. Era verdaderamente preciosa y sólo pensar
que había estado con Joseph (no recuerdo bien el apellido) se me
abrían las carnes. Salió corriendo por el pasillo en dirección a
tercera clase.
Los
siguientes dos días transcurrieron con relativa normalidad. Charlaba
con las señoras, las viudas en su mayoría, las mujeres casadas no
miraban con buenos ojos a una separada. Trabé nuevas amistades,
entre ellas William Bucknell que, aunque un poco fatalista con
respecto al destino del barco, tenía una conversación bastante
interesante.
Una de
las cosas más curiosas que no vi en ninguno de mis viajes anteriores
fue un tablero colocado a la entrada del comedor en el que
diariamente se apuntaban las millas recorridas. Existía una cierta
urgencia en llegar a América.
La cena
del 14 de Abril fue de las mejores que recuerdo. Las parejas se
reunían alrededor del ángel de la escalera principal mientras la
orquesta comenzaba su turno. Piezas musicales casi siempre ahogadas
por las conversaciones.
Me lo
estaba pasando bien, en serio, todos los integrantes de mi mesa
estábamos pletóricos. Supuse que esa noche nos iríamos a dormir
bastante tarde, pero un repentino dolor de estómago paralizó mis
planes. Me excusé, no sin cierta pena, y me fui a mi camarote.
Me
tumbé en la cama y me puse a leer. Pagué miles de dólares por ese
camarote, pero la cama no era del todo de mi gusto. Demasiado cerca
del ojo de buey. Aunque tampoco podía quejarme, de niña la cama más
cómoda que tuve fue un jergón de paja nueva.
Parece
mentira que ya haya olvidado algunos rostros pero no el libro que
leía justo a esa hora. La “Biblia de la mujer”, de Elisabeth
Cady. Un escrito todavía no bien visto si lo sacaba de la
habitación. Un crujido me sobresaltó, haciendo temblar la lámpara
encendida del techo. Me levanté y dejé el libro abierto sobre la
cama. Abrí la puerta del camarote.
—Oiga,
¿qué ha ocurrido? —pregunté a un oficial. Iba con la chaqueta
desabrochada y sudaba.
—Nada
grave, señora. Intente descansar. Si ocurre algo la avisaremos.
—Y un
cuerno —me dije.
La
recomendación de quedarse sin hacer nada tendría efecto en las
señoras de alta cuna, pero no en mí. No fue producto del azar que
J.J encontrase plata en aquellas minas, fueron años de trabajo. De
malvivir con mi hermana y mi cuñado hasta que me casé. De lavar
prendas ajenas por unas pocas monedas.
Mi vida
valía, y mucho. Me vestí y cogí quinientos dólares del fondo de
un baúl. Los metí en un saquito y me lo escondí entre la ropa.
Al
salir a cubierta descubrí que mucha gente había pensado como yo. En
situaciones de tranquilidad no aparece nadie diciendo que te calmes.
Los marineros gritaban órdenes y parecía que el barco se había
parado de repente. Me arrepentí de no haber cogido otro abrigo,
hacía muchísimo frío.
—¿Lo
ves, Molly? Te lo dije. Este barco se hundiría —. William Bucknell
tenía los ojos desencajados y la camisa del traje abierta, estaba
sudando.
Me
aparté de él. No quería caer presa de la histeria, pero mucha
gente empezó a subir por las escaleras laterales y hasta por las del
comedor, inaccesibles hasta entonces. Estaban evacuando el barco.
Pero, ¿se hundiría? ¿Este gigante en el fondo del mar? Todavía
creía que era un problema del motor hasta que el señor Stead se
acercó a mí.
—¿Qué
haces aquí todavía? ¡Sube a un bote! El Titanic se hunde, el agua
está inundando las bodegas.
—¿No,
no vienes? No creo que…
—¡Sí!
Me lo ha dicho un oficial —bajó la voz y se acercó a mi oído—.
Sube cuanto antes y vivirás para contarlo mañana.
Resultaba
imposible escucharlo con el griterío.
—Ven.
Hay sitio para todos.
—No,
querida. Voy a fumar mi último puro y a beber mi última copa de
brandy.
Intenté
avanzar hasta alguno de los botes. Me di cuenta de que varios
hombres, entre ellos uno de los cocineros, tiraban por la borda las
hamacas de paseo, los marcos de las ventanas y hasta alguna de las
puertas menos pesadas. Mientras yo pensaba en salvarme, ellos estaban
salvando a los demás, poniendo a su alcance un trozo de madera al
que agarrarse dentro de unos angustiosos minutos.
A
empujones logré ponerme al lado de un oficial. Colocaba a la gente
como podía, no dejando subir a ningún hombre. Unas manos fuertes me
cogieron por los hombros, me di la vuelta.
—Señora,
por favor...
—Querida
—sólo la había visto una vez, pero la abracé. No tenía ni un
abrigo que ponerse y estaba pálida.
—Le
devolveré sus veinte dólares si…
—Eres
mi hija, ¿de acuerdo? Me obedecerás —dije lo bastante fuerte para
que todos pudieran oírme—. No volverás abajo bajo ninguna
circunstancia.
Deborah
me tomó la mano. Subimos juntas en el bote número 6. Charles
Lightoller estaba al mando. Dudo que sea una alucinación, pero entre
los llantos y los juramentos oía a la orquesta. Mientras
desenganchaban el bote y Deborah se pegaba a mí, la música sonaba.
Estoy segura. Fue el sonido más esperanzador y terrorífico que
escucharé en mi vida.
Remamos
alejándonos del Titanic. Había sitio de sobra, algunas mujeres
estaban con las piernas estiradas.
—Tenemos
que volver —Deborah me leyó el pensamiento y habló por mí—.
Todavía pueden subir algunos más.
El
señor Lightoller se negó y comenzamos a discutir. Las mujeres que
no lloraban alzaron su voz conmigo. Esperaríamos y después
volveríamos a rescatar a los que pudiésemos. El señor Lightoller se
levantó airado y justo en ese momento una explosión lo derribó y
lo tiró al mar.
El
Titanic se había partido por la mitad.
Lo diré
toda mi vida: es como si toda la historia del mundo se hubiera parado
en ese instante.
Puede
que la música de la orquesta fuera producto de mi histeria, pero la
visión de aquel gigante de hierro resquebrajándose fue real. El eco
de los gritos perforó nuestros abrigos de piel. El frío se metió
en el centro de mi cabeza hasta el día de hoy. Recuerdo que Deborah
organizó el bote, colocando al otro oficial al mando y remando con
fuerza.
Creo
que me adormilé, pero alguien me echó agua helada por la cara para
que espabilase. No podíamos relajarnos.
Momentos
después (no supe con claridad el tiempo transcurrido) el silencio
nos sorprendió. Sé que nuestro bote se unió a otro y que volvieron
a por supervivientes. Sé, por las fotos mías de los periódicos,
que cuando el Carpathia nos rescató, ya al amanecer, hablé con
algunas personas. Di mi abrigo a alguien y mi saquito con los
quinientos dólares a otra persona.
Deborah
me dijo que recaudé bastante dinero, pues ella no se separó de mí
ni un momento.
Hilando
los recuerdos y lo que me dijeron distintas personas en los días
sucesivos, sé que mandé a Deborah a mi casa en Denver, para que me
esperase y hablar de su futuro empleo. Alguien me acusó de haber
tirado al mar al señor Lightoller. Otro quería que fuese a la sede
de la compañía White Star a declarar.
Después
de dejarnos en el muelle 54 de Nueva York, ya había dos barcos que
partían en busca más que de supervivientes, de cadáveres. Ya que
no puedo hacer nada por ellos, que menos que un ramo de flores que
los recuerde.
A pesar
de que empiezo a temblar sin motivo aparente y los gritos del océano
me despiertan muchas madrugadas, puedo afirmar que el mundo no
olvidará nunca lo que ocurrió con un dios de los mares y un trozo
de hielo.
FIN
***
Este relato cumple con el objetivo número 7 (historia marítima) del #OrigiReto2020.
Se me da fatal poner títulos, así que he optado por poner CQD, que era el mensaje en código Morse utilizado habitualmente antes de reemplazarse por el SOS. Se dice que el Titanic fue el primero en utilizar el SOS, pero el barco utilizó ambos códigos para pedir auxilio.
Se me da fatal poner títulos, así que he optado por poner CQD, que era el mensaje en código Morse utilizado habitualmente antes de reemplazarse por el SOS. Se dice que el Titanic fue el primero en utilizar el SOS, pero el barco utilizó ambos códigos para pedir auxilio.
William Bucknell existió y le dijo esas palabras a Molly. Dicen que pasó todo el viaje diciendo que el barco se hundiría.
El señor Stead murió en la sala de fumadores, como tantos otros caballeros, bebiendo y fumando.
No será mi mejor relato pero no quería perder la oportunidad de rendirle un homenaje al Titanic.
Objetivo Cuentos y leyendas: 8) La princesa y el guisante: Cuando Molly dice que está incómoda en su cama.
Objetivo Criaturas del camino: 6) Ángel.
Objetos ocultos: 8) Flores y 14) Personaje conocido: Benjamin Guggenheim.
1987 palabras. 2/6 objetivo personal.
Medallas: 2/3 Rosa insolente
Para más información sobre el #OrigiReto2020, podéis pinchar aquí o aquí
No será mi mejor relato pero no quería perder la oportunidad de rendirle un homenaje al Titanic.
Objetivo Cuentos y leyendas: 8) La princesa y el guisante: Cuando Molly dice que está incómoda en su cama.
Objetivo Criaturas del camino: 6) Ángel.
Objetos ocultos: 8) Flores y 14) Personaje conocido: Benjamin Guggenheim.
1987 palabras. 2/6 objetivo personal.
Medallas: 2/3 Rosa insolente
Para más información sobre el #OrigiReto2020, podéis pinchar aquí o aquí
Buenas noches
ResponderEliminarPues ya he leído tu relato. Me parece un homenaje excelente al Titanic y, por lo que sé de lo que ocurrió con ese barco, todos los detalles históricos me parecen correctos. Los vas introduciendo en la narración poco a poco, de manera que escribes un auténtico relato y no una crónica de lo sucedido.
El texto está bien escrito y no he encontrado ninguna errata.
Enhorabuena por el relato y un saludo.
Juan.
Buenas tardes Juan,
EliminarGracias por leerme. La verdad es que disfruté muchísimo reuniendo datos, cuando buscas información de algo que te gusta no te pesa nada :)
Un saludo!
Me ha gustado mucho. Inevitablemente me he acordado de la película (que vi 5 veces en el cine) y de la gran Kathy Bates.
ResponderEliminarEnhorabuena por el relato y por el trabajazo de documentarte.
Saludos y nos vamos leyendo.
Yo en el cine sólo pude verla una vez, pero la he visto 500 veces después xD. Si te ha entretenido y te ha gustado, yo encantada.
EliminarUn saludo!
Hola. Ya veo que te deshiciste de ese intragable, salvo por el mar, señor X. Jejej. Bueno, pues está muy bien narrado y ajustado a los detalles históricos. Ni que decir tiene que se me han venido muchas escenas de la peli de Cameron, es lógico. Pero en el imaginario colectivo, el hundimiento del Titanic ha quedado tan marcado que siempre se pueden contar cosas sobre ello desde distintas perspectivas. Y a ti se te da muy bien cuando escribes lo que quieras en el periodo a caballo entre los siglos XIX y XX. Así que ha sido un bonito homenaje a la gente que pereció y la que sobrevivió entonces.
ResponderEliminarHola,
EliminarMe pasó una cosa rara xD. Cuando escribo tengo casi siempre el wifi desenchufado y no apunté en la libreta el nombre de Lightoller. Le puse señor X y mira que lo revisé antes, pero se me coló. Gracias de nuevo por darte cuenta xD.
Tenía pensada una historia más épica, pero me ha costado muchísimo escribir con la pandemia y no quería que mi homenaje al Titanic quedase en nada. Como dices, siempre se puede contar una historia nueva sobre esta tragedia.
Muchas gracias por tu comentario y nos vamos leyendo :)
¡Hola, Gema!
ResponderEliminarNo me preguntes por qué, pero me imaginaba que trataría del Titanic desde las primeras líneas. Ha sido curiosa esa estructura circular, empezando y acabando con la señora Brown y sus flores a las víctimas. Espeluznante lo del hombre que dice que quiere fumar y beber algo más, creo recordar que había algo parecido en la película.
No tenía claro que los personajes fueran a sobrevivir, así que me alegro de que al final lo hiciesen, excepto por el hombre que se cayó del bote cuando el barco se partió en dos. Un último apunte: en el primer párrafo tienes mezcla de verbos en presente y pasado, lo digo para que le eches un ojillo :)
Por último, muy buena la documentación. Se ve que te has parado a investigar nombres. ¡Un saludo!
Hola Marga,
EliminarMe alegra que te haya gustado mi relato. En realidad varios hombres de primera clase murieron así, porque quisieron básicamente, las cenas eran copiosas y luego bebían mucho y no les apetecía moverse. No recuerdo dónde lo leí, pero es así xD.
Gracias por los apuntes y por lo de la documentación, cuando el tema te gusta no te pesa el tiempo invertido :)
Un saludo y nos leemos!