PRIMER ACTO: ILUSIÓN
Siempre
quise ser actriz. Todas las niñas suelen decirlo en algún momento
de sus vidas, pero yo no dejé de actuar cuando terminé el colegio.
Aguanté
las charlas de mis padres y las bromas de mis amigos durante años,
siempre antes de ir a alguna clase de actuación. Después de la
clase, mi cara sería diferente, porque nadie se atrevía a dirigirme
la palabra.
Sin
embargo, salvo que algún productor famoso te encuentre en una
hamburguesería o tengas el dinero suficiente para pagarte
interminables cursos en el extranjero, no es fácil vivir de esto.
Enlazas un contrato detrás de otro sin tiempo de conocer a tus
compañeros y mucho menos de enamorarte de la obra o del papel que
vayas a interpretar.
Mi vida
era añadir una frase más a mi currículum y esperar la siguiente
llamada. Podía pasar semanas o meses sin nada, menos mal que conocía
bastante gente y me iban recomendando entre unos y otros. Decían de
mí que era muy constante y que me aprendía los textos con
facilidad.
Esa
mañana, cuando leí el email en el que me solicitaban para una
prueba de una obra de teatro, casi me caigo de la silla. Era lo más
ridículo que había leído en mucho tiempo, pero debía ir.
La obra
en cuestión iba de un hombre secuestrado por el gobierno al que una
valiente mujer (que sería yo, si me daban el papel) rescataba.
Después de una explosión nuclear en la que ellos eran los únicos
supervivientes, vivían felices y se cerraban las cortinas del
teatro.
La prueba se me dio bastante bien, aunque había otras dos chicas seleccionadas también. La última prueba sería con el actor protagonista, Iván, para ver si había “química”.
Mucha
gente no se da cuenta, pero si no hay química entre dos personajes,
la historia no fluye, no importa que tengas el mejor texto o el mejor
director del mundo. Es algo que no se puede explicar. La directora
nos mandó a Iván y a mí a mirarnos durante dos minutos, sin hablar
y sin tocarnos.
De
arriba a abajo nos miramos, él me rodeó varias veces con la mirada
y yo… parecía que todo había desaparecido excepto sus ojos. Una
mezcla caleidoscópica entre azul y verde que me hipnotizó.
Me
dieron el papel y al día siguiente comenzamos a ensayar. Todos
formábamos un buen equipo y los ensayos se pasaban volando.
La
tarde del estreno estaba sentada en uno de los camerinos
maquillándome cuando entró Iván.
—Cecilia,
¿crees que saldrá bien?
—Claro.
Todo el mundo sabe su papel y no hay peligro de que se caiga el
atrezzo, casi no tenemos —reí.
—Es
mi primera obra seria. Tengo miedo de no saber… besarte al final.
Dejé
la máscara de pestañas encima de la mesa y me acerqué a él.
—Lo
hemos ensayado mil veces. No es difícil, sólo…
Me
besó. No el beso “normal” de los ensayos, sino uno más
profundo. Tanto que me llegó a las entrañas. Tanto que ahora la que
tenía miedo era yo.
Tragué
mis nervios y el creciente temblor de mi estómago e hice la mejor
actuación de mi vida. Al menos los aplausos decían eso. Nos
felicitamos mutuamente, todos, secundarios, los técnicos de luces y
sonido.
Me
dijeron que fuera a buscar a Iván, que nos merecíamos salir por ahí
a celebrarlo. Cuando salí a la puerta trasera del teatro, lo vi
subirse a un coche negro. Conducía una chica rubia. También la
besó.
SEGUNDO
ACTO: DESESPERACIÓN
Cuando
se baja el telón, Mariana Pineda se va a su casa a ponerle de comer
al gato, Cyrano de Bergerac acuesta a sus hijos y Julieta vuelve a su
mesa de administrativa. La vida del personaje acaba cuando la función
termina.
No así
en mi caso. El beso final entre Iván y yo continuaba hasta que se
agotaban los aplausos. Lo extraño era que jamás podía verlo fuera
del teatro.
La
directora me llamó una tarde para decirme que nos habían ampliado
el contrato tres meses más. Quería reunirnos a todos esa noche para
celebrarlo. Como sabía su dirección, le dije que yo misma iría a
buscar a Iván.
Subí
en el ascensor hasta la décima planta y llamé al timbre. A través
de la puerta escuché la música de un piano, que cesó en cuanto se
abrió la puerta.
—¡Cecilia!
¡Iván! Mira quién ha venido, pasa —era la chica rubia. ¿Qué
hacía allí?
Iván
se levantó del asiento frente al piano, me saludó y me abrazó.
Después, la miró a ella (¡de la misma forma que me miraba a mí!)
y fue a la cocina a hacer café.
—Iván
está tan contento… la verdad es que para ser su primera obra no le
está yendo nada mal. Por cierto, no sé si me he presentado de
manera oficial. Soy Aurora —me estrechó la mano.
—Mi
esposa. Desde hace… seis meses, sí —Iván entró al salón con
la bandeja del café.
No
recuerdo con claridad lo que dije ni lo que hice después. Sé que le
comuniqué las buenas noticias a Iván, que con un poco de suerte
haríamos hasta una gira por el resto del país. Hasta salí con
ellos de su piso, pero no me fui a celebrarlo con los demás, al
contrario, me fui a mi casa.
Iván
me quería, estaba segura. Sólo que él necesitaba un poco más de
tiempo. Cuando hablásemos en serio, dejaría a su mujer y viviríamos
nuestro amor dentro y fuera del escenario.
He
compartido escena con muchos hombres y mujeres como para saber cuándo
el amor es real o no.
TERCER
ACTO: CONFRONTACIÓN
—Tiene
la cara como apagada, no sé. Ya no sonríe tanto como antes.
—¿No
estará pillada? Iván está bastante bueno.
—¡No!
Cecilia tiene muchas tablas. Sabe de sobra que lo que se vive aquí
no existe en el mundo real.
Esta
era una de las muchas conversaciones que escuché durante aquellos
días. Ellas no sabían que dentro de poco haríamos oficial nuestra
relación. Únicamente había que pulir un par de cosas.
Esa
tarde fui antes que de costumbre al teatro. Quería darle otra vuelta
al texto y debía buscar unas perchas en el almacén. En esa
habitación se guardan multitud de objetos de todas las compañías
que van pasando por aquí y se les olvidan después. Disfraces,
secadores de pelo y espadas de madera. Hasta me pareció ver una
especie de tubo de escape en el suelo, cosas del teatro alternativo,
pensé.
Ya me
marchaba del almacén cuando lo vi. Iván estaba en el umbral. Me
acerqué a él pero me rechazó.
—¿Vas
diciendo por ahí que estamos juntos?
—¿Yo?
¡No!
—No
me mientas, Cecilia. Son varias personas las que me lo han dicho y no
quiero tener problemas con Aurora. Todavía no se ha enterado pero no
quiero…
—Iván,
me quieres. Lo sé. Sólo te falta decírselo a ella. Te quiero y
seremos felices juntos.
—Te
equivocas —se alejó más hacia la puerta—. Me has ayudado mucho,
sí, pero no te quiero. Lo siento si te estoy haciendo daño, pero
tú… no me gustas.
Sus
ojos me hicieron tanto daño que hasta mi sombra se sintió herida.
Me agaché y cogí del suelo el tubo de escape, que pesaba como uno
de verdad. Él se retiró un poco más hasta casi salir del almacén.
Lo seguí. No quería hacerle daño, de verdad. Si era lo que más
quería en el mundo.
—Entonces,
¿por qué me buscabas después? Notaba tu corazón acelerarse cuando
me abrazabas, y eso no se finge.
Descargué
un golpe en su hombro izquierdo e Iván cayó al suelo.
—Suspirabas
cuando me besabas, no me lo negarás.
Con él
inmóvil, no me fue difícil golpearle una y otra vez en la cabeza y
las piernas. El tubo de escape empezó a sangrar. Aplasté su mano
derecha con mi bota y después golpeé su muñeca con el tubo hasta
romperla. Unos trocitos de piel se quedaron pegados en el tubo.
—Yo
te quiero aunque estés malherido.
Intentó
reptar por el suelo pero no pudo. Escupía sangre pero todavía le
quedaban fuerzas. Si lograba salir al pasillo, alguien lo vería y
entonces, ¿cuándo se declararía?
—Seguiré
hasta que me quieras.
Alcé
el tubo de nuevo.
***
Este relato cumple con el objetivo número 24 del #OrigiReto2019.
Si queréis más información sobre este maravilloso reto, pinchad aquí o aquí
Pegatina de Diciembre:
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