-
- -
Qué fácil es soñar cuando tienes la cartera
llena.- pensaba Manuel mientras veía el platillo frente a él. Apenas dos euros,
cincuenta céntimos y chatarra.
La ciudad ya estaba lista para la Navidad. Luces en la
calle, comercios abiertos hasta altas horas de la noche, zapatos arriba y
abajo, bolsas llenas de cosas. Felicidad para todos. Manuel se levanta y se
encamina al albergue. En sus primeros días en la calle, intentaba llegar el
primero para conseguir la mejor cama. Ahora ya no le importaba.
El verano es mejor, susurra mientras recoge sus cosas del
suelo. Dormía en cualquier sitio, algún que otro animal callejero (como él) le
acompañaba, hacía mapas mentales con las constelaciones. Algún sueño le
quedaba.
- -
No hay camas, lo siento.
Lógico. El día había sido gélido y él había estado sentado
en la puerta de un banco para nada. ¿Por qué no huyó de aquí cuando podía? A un
lugar donde siempre hiciera calor. Donde el solsticio de invierno fuera fugaz,
un único día de oscuridad, y después luz. Claridad todos los días.
Tenía miedo a la oscuridad. En su camino hacia el parque, no
vio ni una sombra. Apenas el ruido de un coche lejano. En el rincón donde se
quedaba algunas veces, dos personas ya dormían. Al lado de ellas, una maraña de
mantas y abrigos viejos. Se acercó.
-
No van a volver, quédatelos.- dijo una voz medio
en sueños.
Se sentó en la tierra húmeda sin hacer ruido y se abrigó
como pudo. Si dejaba que sus ojos se desbordaran de lágrimas (como quería),
después su cara se quedaría helada. Así que no lloró.
Esas personas ya no verían ninguna estación más, ni el tan
esperado calor, ni una nube, ni la comida insípida del albergue, nada más.
Nunca.
Manuel no iba a dormir esa noche, esperaría al amanecer,
porque aunque le quedaba una noche interminable, la luz tendría que salir en
algún momento.
Jo, es un relato super duro, te mete de lleno en la piel de Manuel.
ResponderEliminarMuchas gracias :) aunque al final parece que viene un rayo de luz
Eliminar