No nos hemos detenido en hablar de los seres que habitan el hospital. Puede parecer que viven allí siempre y que están mimetizados con las puertas y las paredes, pero en realidad no es así.
Lo que veía Delilah todos los días la hacía creer que estaban allí siempre, como ella, y que no tenían vida ni respiración fuera del feo hospital.
Eran pocos seres, pero se llevaban bien y hablaban de cosas, más que la mayoría de los lugares de trabajo de la actualidad. ¿Importan los nombres? No lo sé, de todas formas, conoceremos uno por uno a los seres del hospital otro día.
Había otros seres que cuidaban de Delilah cuando Rebecca no estaba, pero Delilah solía estar durmiendo casi siempre y no recordaba sus caras ni sus olores. Delilah dormía cuando entró una llamada urgente al hospital, comunicando que su madre vendría a por ella a la mañana siguiente con un informe de Servicios Sociales en la que la autorizaban para cuidar de su hija Delilah. La niña no se despertó, pero esa noche soñó con Rebecca y un parque con mucho Sol y muchos patos caminando. Delilah nunca había visto un pato, sólo por las fotos de los cuentos que le contaba Rebecca y la otra señora por las tardes.
A unos quince minutos caminando de allí, Rebecca limpiaba un cuarto vacío que usaba para nada al ritmo de Marvin Gaye. Las paredes eran rosas.
Lo que veía Delilah todos los días la hacía creer que estaban allí siempre, como ella, y que no tenían vida ni respiración fuera del feo hospital.
Eran pocos seres, pero se llevaban bien y hablaban de cosas, más que la mayoría de los lugares de trabajo de la actualidad. ¿Importan los nombres? No lo sé, de todas formas, conoceremos uno por uno a los seres del hospital otro día.
Había otros seres que cuidaban de Delilah cuando Rebecca no estaba, pero Delilah solía estar durmiendo casi siempre y no recordaba sus caras ni sus olores. Delilah dormía cuando entró una llamada urgente al hospital, comunicando que su madre vendría a por ella a la mañana siguiente con un informe de Servicios Sociales en la que la autorizaban para cuidar de su hija Delilah. La niña no se despertó, pero esa noche soñó con Rebecca y un parque con mucho Sol y muchos patos caminando. Delilah nunca había visto un pato, sólo por las fotos de los cuentos que le contaba Rebecca y la otra señora por las tardes.
A unos quince minutos caminando de allí, Rebecca limpiaba un cuarto vacío que usaba para nada al ritmo de Marvin Gaye. Las paredes eran rosas.
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